Foto: Shelbie Dimond |
Me quité las medias y los zapatos para sentarme en una piedra a la orilla del río y metí los pies en el agua. El primer contacto con el fondo viscoso provocó una punzada de asco que me hizo dudar de la intención de meterme en el río. Me sobrepuse, me recogí la falda y avancé hasta que el agua me cubrió la piernas. Ahí me quedé, con la brisa meciendo un mechón de pelo en la nuca, el sol de primavera calentándome ligeramente los hombros, el agua fresca corriendo entre las piernas y los pies hundidos en un barro pringoso. Ahí pensando en la gente que me había educado, esa gente que había afirmado que abandonarse al placer conduce sin remedio a la suciedad. Cerré los ojos y hundí los pies un poco más y un poco más...
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