Estaba pasando una mala racha. Se fue a dar una vuelta con la intención de salir del bucle de pensamientos negativos que le hacían sentir mal. Cruzó el parque admirando las pocas hojas que, en los árboles, brillaban al frío sol de finales de otoño. Salió por la puerta del Casón, se metió por Academia, bajó los escalones que llevaban a la puerta de Goya como uno de esos personajes de dibujos animados que se ven transportados por el aroma de una comida rica, fue directamente a la sala 11 y se plantó delante de una pequeña maravilla: "Vista del jardín de la villa Medici en Roma" de Velázquez.
Parece un cuadro sin importancia, una escena sencilla en tonos pardos y verdes. Sus ojos fueron directamente en busca de una pequeña flor roja a los pies de un seto, al encontrarla sintió como si le faltara el aliento y el llanto sacudió sus hombros.
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"Vista del jardín de la villa Medici en Roma" de Velázquez en el Museo del Prado
viernes, 24 de diciembre de 2010
domingo, 19 de diciembre de 2010
viernes, 10 de diciembre de 2010
Morir de amor o la muerte del amor
En "La montaña mágica" de Thomas Mann, Argan leyó una singularísima declaración de amor*. Hans Castorp, literalmente enfermo de amor por Madame Chauchat, intuye la eternidad de la muerte como el escenario perfecto para su pasión. Argan se quedó pensando...
En otro lugar leyó que Ivan Klíma decía que casi nada se parece tanto a la muerte como el amor realizado, y Argan se volvió a quedar pensando...
La sociedad de consumo actual empuja a los individuos, en tanto que consumidores, a un continuo estado de deseo con múltiples posibilidades, en el que la consecución de algo es una pequeña muerte sin otra transcendencia que reavivar el deseo. ¿Es necesario volver a pensar en la enfermedad y la muerte como procesos críticos del pensamiento? Seguía pensando Argan...
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–Pequeño burgués –dijo–. Lindo burgués de la pequeña mancha húmeda. ¿Es verdad que me amas tanto?
Y exaltado por este contacto, ya sobre las dos rodillas, la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, él continuó hablando:
–Oh, el amor, ¿sabes...? El cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el cuerpo es la enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte, ¡y ése es su terror y su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿comprendes?, es, por una parte, una cosa de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y por otra parte es una potencia muy solemne y majestuosa (mucho más alta que la vida risueña que gana dinero y se llena la panza; mucho más venerable que el progreso que fanfarronea por los tiempos) porque es la historia y la nobleza, la piedad y lo eterno, lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos sobre la punta de los pies... De la misma manera, el cuerpo también, y el amor del cuerpo, son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y palidece en la superficie del espasmo y vergüenza de sí mismo. ¡Pero también es una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la pedagogía del mundo...! ¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo, ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril de la vida y de la podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas alineadas por parejas y el ombligo en el centro, en la blandura del vientre, y el sexo oscuro entre los muslos! Mira los omóplatos cómo se mueven bajo la piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la doble lujuria fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y de los nervios que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y cómo la estructura de los brazos corresponde a la de las piernas. ¡Oh, las dulces regiones de la juntura interior del codo y del tobillo, con su abundancia de delicadezas orgánicas bajos sus almohadillas de carne! ¿Qué fiesta más inmensa al acariciar esos lugares deliciosos del cuerpo humano! ¡Fiesta para morir luego sin un solo lamento! ¡Sí, Dios mío, déjame sentir el olor de la piel de tu rótula, bajo la cual la ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo! ¡Déjame tocar devotamente con mi boca la "Arteria femoralis" que late en el fondo del muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia! ¡Déjame sentir la exhalación de tus poros y palpar tu vello, imagen humana de agua y de albúmina, destinada a la anatomía de la tumba, déjame morir con mis labios pegados a los tuyos!
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